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Un profesor como estudiante en un campus sin profesores

Con casi veinte años en el sector de la docencia a sus espaldas, Isaac aterrizó en una de las piscinas de 42 Madrid con la misma incertidumbre que el resto de sus compañeros. Al igual que la metodología que ofrece 42, las respuestas a sus incógnitas fueron sucediéndose mediante la prueba y el error, el trabajo colaborativo y el aprender a aprender. Un texto de su puño y letra en el que comparte su experiencia personal desde la perspectiva de un profesor, pero también de un estudiante.

Todavía recuerdo el verano del año pasado, quizá una etapa un poco agridulce mientras llevaba a cabo rehabilitación. Aparecieron en la prensa las primeras noticias de 42 Madrid y, por qué no decirlo, mi desconfianza inicial. Quizá también la curiosidad cuando en la web leí que se trataba de la primera escuela sin horarios ni profesores y gamificado. Como poco, daba que pensar: una forma de aprender exigente, del más alto nivel, donde se aprende participando en un juego y, ¡sin profesores! Eso no puede ser, pensé como formador. Esa fue, como la de otros muchos, mi equivocada opinión sobre 42.

Más tarde, topé con un nuevo artículo indicando las pruebas de admisión a 42 y estableciendo un periodo de selección online al que seguiría un periodo de un mes presencial para poder acceder a una academia de la cual poco o nada se podía conocer por las redes. Si piden un mes de prueba, ¿tiene que ser exigente?, pensé, y, aunque todavía desconfiaba de las pruebas, todavía recuerdo mi frustración al ir colocando piezas. Verde, rosa, verde, amarilla, y ver cómo ejecutaba el test online por vigésimo quinta vez y volvía a fallar. O la incredulidad al ver que, después de cambiar y dar mil vueltas a todo, tenía solución. O los siguientes pasos, tan exigentes como estos e igual de frustrantes. Sí, la frustración te acompaña en tu formación. Sin embargo, fue una grata alegría cuando recibí la comunicación de entrada. Por fin, creí que las nerviosas exposiciones iniciales en streaming de una tan ilusionada como yo Laura Castela, responsable del campus, me  iban a sacar la imagen, quizá errónea, como me sucedió inicialmente, que me había hecho en mi cabeza de 42.

El último paso

Y, por fin, mi admisión en la última fase de selección para ser estudiante de 42 Madrid: la Piscina. Una fantástica sensación en un solo email. Acceder a ella es fantabuloso. No sabía lo que me esperaba y, mucho menos, la exigencia de los 26 días que venían por delante. Tenía una primera impresión tan lejana de la realidad como el proceso de aprendizaje posterior. Seguía pensando que, para alguien que lleva impartiendo clases de programación casi 20 años, iba a ser relativamente sencillo. Nuevamente, un golpe de realidad. Tal vez, de humildad.

Todo en 42 hace cambiar tu forma de pensar. Pasas de utilizar todos los recursos de un lenguaje, a darte cuenta de cómo solo se te permiten ciertas acciones, con normas estrictas y cuyo “no cumplimiento” tiene consecuencias. Te enfrentas a sistemas de corrección tan exigentes que sigues dándole vueltas a si estará bien a pesar de dos mil revisiones. En ocasiones, da miedo o incrementa tu frustración, pero, cuando la prueba pasa y avanzas a otro proyecto, la sensación de plenitud es muy gratificante. La recompensa del trabajo bien hecho.Isaac, estudiante de 42 Madrid

Exámenes a tu ritmo, indica el programa. Un camino y un ritmo que depende exclusivamente de ti. Un camino que se desvía de la solución obvia y que te obliga a buscar y darte cuenta de que las herramientas digitales, los buscadores y, en primera instancia, la piña de fantásticos compañeros que desde un primer momento tienes a tu lado son las verdaderas y únicas ayudas que vas a tener. Un ritmo que puede resultar endiablado si compaginas la formación con un trabajo. De cualquier manera, 42 Madrid siempre resulta exigente o, dicho de otra manera: no te puedes relajar.

Volviendo a la Piscina, tampoco hay que relajarse en ella. Con turnos cercanos a las 12 o más horas en mi caso, vi como mi tiempo se iba consumiendo y no llegaba. Además, los tiempos se me complicaban todavía más por mi actividad laboral, estudiante por la mañana y formador por la tarde. Todo esto, con unas responsabilidades laborales que condicionan la dedicación, pero que, al mismo tiempo, mejoraban mi perfil laboral en beneficio de la propia organización.

La felicidad de acabar 26 días que, junto a mi trabajo me hacían sentir agotado y mentalmente exhausto con pruebas hasta el último minuto no quita la morriña que sentí al terminar esta enriquecedora experiencia. Por supuesto, al acabar no sabía si estaba o no seleccionado para entrar en 42 Madrid a pesar del esfuerzo, los fines de semana invertidos, no disfrutar tanto tiempo con mis seres queridos y amigos, preparar mis clases en los desplazamientos, echar mano de los compañeros e, incluso, tomar taxis para, de alguna forma, sacar más tiempo.

Dentro del campus

Al recibir la noticia positiva de la admisión comienza un camino complicado, por supuesto que sí: sabes que es una carrera de fondo, que lo vas a tener que compaginar con un trabajo y vas a tener poco tiempo, pero te das cuenta de las bondades de este sistema. No hay profesores, pero hace darte cuenta de una situación peculiar, todos somos profesores y estudiantes a la vez, todos tenemos que aprender. 42 propone ejercicios de todo tipo y enunciados cada vez más exigentes donde, tras la lectura inicial, se comprende que el camino obvio no es, en casi ningún caso, la mejor solución. Una solución que, de ninguna manera, es sencilla u obvia y por supuesto hay que tener que buscar con dedicación tras esa pequeña pista y sugerencias como “su compañero de la izquierda, luego el de la derecha y, por favor, antes de nada ¡RTFM!”.

Es una metodología nueva, muy exigente y no para todo el mundo. Necesitas disciplina y organización, pero es cierto que te hace avanzar, no solamente en el ámbito de la informática. Te hace cuestionarte, te obliga a interactuar, a participar y a comunicar, una acción que resulta absolutamente necesaria para solucionar los retos en el menor tiempo posible. Por encima de todo, te hace actuar y adaptarte. En definitiva, aprender. ¿No es eso lo que se busca de la enseñanza? ¿Por qué no probarlo y comenzar a aplicarlo en algunas disciplinas? Hice la prueba con mis alumnos, los que, al principio, en un sistema tradicional, buscaban todo hecho y solucionado. Ven que ahora se sienten más realizados con las soluciones a esos ejercicios de los que no les facilitas más que un enunciado. Por ejemplo.

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Pienso mucho sobre la importancia del autoaprendizaje en la vida laboral y esto ha provocado un cambio de enfoque en mi trabajo como profesor. Mi propia experiencia me ha enseñado que no siempre es bueno explicar paso a paso y dar toda la solución. Hay que dejar espacio a tomar decisiones, es bueno equivocarse y trabajar sobre ello. La frustración, una buena amiga en estos últimos meses, forma también parte activa en nuestra vida laboral y hay que saber cómo enfrentarse a ella. Pero, ante todo, 42 Madrid ha hecho darme cuenta del potencial de uno mismo y, sobre todo, del potencial de una comunidad. He visto cómo entre compañeros somos capaces de avanzar, proponer, enseñar, explicar, exponer, desarrollar, montar, entender y acabar soluciones funcionales en un montón de ámbitos en tiempos que no creíamos ni siquiera posibles o cercanos.

Escuela sin profesores…escuela de vida, diría yo. Ahora mismo veo que todos podemos enseñar y aprender, pero sobre todo veo un futuro. ¿Mejor gracias a ser exigente? No lo sé, el tiempo lo dirá. Pero nuevamente tengo ilusiones de poder seguir mejorando, ilusiones que me vuelven a hacer quedarme pegado a la pantalla e intentar encontrar mejores soluciones o caminos diferentes.

¡Gracias, 42!

por Isaac Rodrigo Sopedra