Actualidad42 Madrid

Crónica de un piscinero transatlántico

Leo González nació en Uruguay y se desarrolló, tanto personal como profesionalmente, en Argentina. Recientemente se planteó darle un giro a su carrera de periodista para adentrarse en el mundo de la tecnología. Así, investigando en Internet, se encontró con un anuncio de 42 Madrid que lo motivó a saltar el charco para sumergirse en el campus de programación gratuito de Fundación Telefónica. En esta crónica narra un día desde la perspectiva de un piscinero que descubre un nuevo universo formativo.

Madrid se ahoga en una ola de calor, pero acá, de este lado de los muros transparentes, la temperatura no es tema de conversación. Tenemos a disposición los más de mil metros cuadrados de una planta de uno de los edificios del Distrito Telefónica, al norte de la ciudad, con 198 ordenadores Mac, sillones coloridos y cómodos, gavetas para cada quien, estantes con libros, mesas y sillas allá, una máquina de café de Starbucks en un rincón, pizarras, rotuladores, una expendedora de golosinas y sandwiches, un PlayStation 4, (¿podía faltar?), instrumentos musicales y hasta una buena sucesión de camastros muy siglo XXI para alguna siesta necesaria.

Es sábado por la mañana y somos alrededor de un centenar los aspirantes a programadores que nos hemos anotado a este Rush. Así se llaman los desafíos que plantea 42 Madrid a sus piscineros para los poco más de dos días que van desde los viernes a las 22 hasta los domingos a las 23:42. Esta vez, divididos en grupos de a tres, debemos afrontar un acertijo, uno de esos malditos. No pasa mucho tiempo hasta que es generalizada la convicción de que el desafío es difícil en serio. Es entonces que alguien del grupo hace lo que meses atrás, en Buenos Aires, imaginé que haría yo para demostrar mis cualidades de líder: convocar a una reunión general y proponer trabajar unidos, todos, hasta encontrar la solución al endemoniado puzzle.

La idea tiene éxito rápido. Algunos tríos exponen sus propuestas para abordar el asunto. Sin dudas la tarea será ardua. Solo entender el problema y dimensionar todas las opciones a cubrir es trabajoso. Mucho más lo será escribir un programa en el lenguaje C que se encargue del tema. Se convoca a una reunión para más tarde. Entonces, los que crean que están en el camino correcto exhibirán sus avances para decidir en masa qué camino seguir. A uno de los chicos el entusiasmo y las ideas se le atragantan. Tiene que hablar rápido para canalizarlos. Cree haber encontrado un modo de achicar el caos de opciones. Pero los números son crueles. A cada solución, aparece un nuevo problema. Me esfuerzo por dar con alguna manera de aportar a la causa. ¿Cuántos somos?, ¿cuántas opciones deberíamos cubrir cada uno si decidiéramos explorar todos los posibles casos de la infernal combinatoria? Por un minuto la idea parece viable. Pero no. Cuando estaba a punto de presentar la propuesta, los cálculos me detienen, indican que nos correspondería evaluar unas tres mil opciones a cada uno. No importa. Surgirán y se descartarán más y más ideas. Y sin importar el resultado logrado cuando el lunes esté llegando, se habrá aprendido algo, tal vez más de lo que se cree.

Leo González
Candidato de la piscina de julio 2022